Estos convulsos y complicados tiempos que nos ha traído la crisis del coronavirus nos deja algunas lecciones y pone al descubierto otras cosas que aunque sean de perogrullo conviene subrayarlas a modo de sentencia pese a que sean obvias y consabidas en el sector del olivar y de los aceites de oliva. Entre ellas que la campaña dura doce meses, que vivimos en un mundo globalizado, que el aceite de oliva de calidad es un productazo a todos los niveles y que se debe considerar a los productos agrícolas con la debida importancia que merecen, entre ellos a nuestra joya de la corona: el aceite de oliva virgen extra.

Si queremos sentar bases sólidas y estrategias razonables y de colaboración para crear un nuevo modelo de sociedad y un nuevo contrato de vida es necesario que se demuestre con acciones duraderas y con hechos. Me atrevería a mencionar, por otra parte, que el aceite de oliva, al ser un producto de primera necesidad en la alimentación, no debería acusar de forma especial un fuerte impacto económico en su ya precio bajo en el mercado de origen, aunque está por ver aún las consecuencias que esta crisis le puede deparar en el futuro y siempre teniendo en cuenta cómo evolucione esta inédita situación en los próximos meses, además de comprobar si el consumo de aceites de oliva en los hogares es capaz de compensar el cierre del canal Horeca (hoteles, restaurantes y cafeterías).

El sector debería aprender de esta crisis, aunque lo sabe, que hay que ganar en dimensión para defendernos y resistir mejor los tiempos adversos, sin olvidar la siempre ansiada calidad y excelencia, además de la mejora de la comercialización con el objetivo primero y último de generar valor. Para eso hace falta más riesgo e invertir mucho más en promoción, clave para recuperar el consumo en los principales países productores, aumentar el consumo mundial y la demanda, que es lo verdaderamente mollar y en lo que debe trabajar denodadamente todo el sector sin perder el tiempo.

Y si a esas patas nucleares (calidad, comercialización, concentración, promoción y aumento del consumo) le unimos otras variables como la educación del consumidor, la pedagogía, la diferenciación y la singularidad, el ahorro de costes y la eficiencia, la profesionalización y nos adaptamos a las nuevas pautas de la olivicultura actual, entonces todo será ya de matrícula de honor, sabiendo que por lo demás no hay más varitas mágicas que  el trabajo y una hoja de ruta hecha con los pies en el suelo para ser cumplida más pronto que tarde. ¡De elemental, querido Watson!

*Asensio López

Director de Oleum Xauen

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