La carrera por la calidad

En las sociedades industrializadas del primer mundo, la demanda creciente de alimentos de calidad por los consumidores obliga a la industria agroalimentaria a producir alimentos que no sólo cubran las necesidades nutritivas, sino que sean además seguros, apetitosos y saludables. Asimismo, existe una creciente preocupación en el consumidor por el impacto que la producción, transformación, y distribución de alimentos ocasiona en el medio ambiente.

Estos hechos determinan que el mercado haya cambiado su fuerza impulsora y su orientación, primando la calidad sobre la cantidad, o lo que es lo mismo, que la industria agroalimentaria pase de fijar objetivos centrados en la producción, a prestar atención preferente a las demandas de calidad del consumidor. El aceite de oliva es un claro ejemplo de ello, aún  más cuando en él esa calidad descrita es su mejor argumento para competir en el mercado, pero claro con la total garantía de esa calidad.

La carrera por la calidad en la que compite el aceite de oliva no tiene línea de meta, ello supone ir elevando los controles sobre el producto de manera que se maximiza el esfuerzo para que la citada calidad se alcance. Por tanto, no se puede entender la calidad como un parámetro que se minimiza hasta el límite inferior permitido, para así cumpliendo con la mínima calidad exigible maximizar los beneficios. La calidad sobre todo en nuestro aceite de oliva es un concepto moral que tiene que dejarse guiar por la aseveración de Henry Ford que decía: “La calidad significa hacer lo correcto cuando nadie está mirando”.

No es posible que el sector del aceite de oliva (productores, almazareros y envasadores-comercializadores) convenza a los consumidores de la calidad de los aceites de oliva, si cada vez que se publicita el resultado de una inspección que señala, a los que no lo hacen todo lo bien que debían al etiquetar el aceite de oliva sobre todo el virgen extra, se movilizan contra los que inspeccionan o ponen en tela de juicio  el método Panel test estableciendo una duda sobre su objetividad. Por el contrario, creo que sería mucho más convincente que el sector estableciera conjuntamente con las administraciones competentes  un plan ambicioso de control de los aceites de oliva, sobre todo de los virgen extra, que llevado a cabo con firmeza y rotundidad diera a los consumidores la certeza de que no se les da gato por liebre;  afianzando la credibilidad de un producto magnífico, el aceite de oliva virgen extra en el que siempre la etiqueta refleje la calidad del producto que ampara, lo que reforzará su apuesta por la calidad.

De la misma forma, la calidad tiene que ver con lo auténtico, que a su vez tiene mucho que ver con la claridad en definir el producto, con la sencillez de su etiquetado de manera que lo que se ponga en la etiqueta  lo entienda todo el mundo. Tenemos que exigir, si estamos convencidos de que la estrategia del aceite de oliva es la calidad, que una etiqueta de aceite de oliva no se parezca en nada al vulgarmente llamado “recibo de la luz” que nadie lo entiende, cumpliendo así el objetivo de confundir de los que lo emiten. Por el contrario, las etiquetas deberían reflejar las  características del aceite de oliva de manera que las entiendan meridianamente todos los consumidores eliminando la confusa definición de los tipos de aceite de oliva. Es tiempo de trabajar para conseguirlo, porque la confusión es un mal compañero en la carrera por la calidad.

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