Todavía se juega el partido de la PAC. Habrá que disputar aún los minutos de descuento de este transcendental encuentro. La aplicación de la Política Agraria Comunitaria en España parece que pinta bien, o al menos no ha ido mal. Ha habido poco margen para el ruido, la división y la bronca.

Las luces parece que han ganado a las sombras. Y el diálogo institucional ha prevalecido. El Ministerio de Agricultura y las Comunidades Autónomas no han estado a la gresca. Y, visto como está el patio, se agradece que, independientemente del fondo de la negociación y de las diferencias que legítimamente puedan existir, se cuiden las formas, se  mime el talante y haya acuerdos.

La elección de la comarca agraria como modelo no disgusta para nada al sector. Ahora el tiempo y los flecos de la negociación que todavía queda por discutir dirán si se ha garantizado la estabilidad del sector agrario, la vialidad de las explotaciones y su competitividad; en definitiva, se comprobará o no si ha sido un éxito, si se han alcanzado los objetivos o si la reforma es manifiestamente mejorable.  

Es cierto y verdad que se han conseguido algunos avances significativos en esta reforma, pero ciertamente también se ha fracasado en otros asuntos, como en los temas relacionados con el mercado.

Ha llamado poderosamente la atención en esta negociación el discreto consenso y la moderada unidad mantenida. Incluso el todavía consejero andaluz de Agricultura ha hecho una valoración muy positiva para los intereses de Andalucía por la consecución de un modelo uniforme de la aplicación de la PAC en España.

En cualquier caso, habrá todavía que despejar algunas incógnitas y varios interrogantes que deja esta negociación, en la que habrá que estar atentos a si finalmente se mantienen en su totalidad las ayudas, si hay trasvase de rentas entre territorios y cultivos y qué ocurrirá con el nuevo escenario que se plantea con el establecimiento del umbral de pagos mínimos de 100 a 300 euros de ayudas, entre otros muchos asuntos.

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